19 de noviembre de 2011

Parte de Escala sobre Dolores

Erasmo Escala
Parte de Erasmo Escala sobre la batalla de Dolores

CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES.
Noviembre 25 de 1879.

Señor Ministro:

El reconocimiento practicado por una pequeña división bajo las órdenes del secretario de este Cuartel General, teniente coronel don José Francisco Vergara, y que terminó con la brillante acción de Germania, nos permitía la ocupación tranquila de todo el distrito que se extiende desde Pisagua a Agua Santa, donde termina la sección del ferrocarril y que comprende varios establecimientos salitreros de considerable importancia, en una extensión de más de 54 millas.

Sin embargo, no fue posible aprovechar inmediatamente las ventajas que nos proporcionaba esta ocupación, avanzando nuestro campamento hasta el término de la vía férrea, porque carecíamos de los medios de movilización para el trasporte de tropas, conducción de víveres, agua, forraje, pertrechos y demás artículos necesarios al servicio del ejército, pues el material rodante de esta línea es sumamente escaso y se encuentra en muy mal estado.

Por esta circunstancia, se determinó distribuir las fuerzas de nuestro ejército, escalonándolas en diversos puntos, en la proporción que lo permitían los medios de trasporte de que podíamos disponer.
El punto más avanzado hacia el interior en que acampamos parte de nuestra tropa, fue la oficina de Dolores, que es de una importancia capital por existir allí la abundante aguada que lleva ese nombre, la mejor de todas las de este distrito, y con la cual se ha estado atendiendo a la provisión de casi todo el ejército. Las fuerzas acantonadas en esta posesión alcanzaban a poco más de 6.000 hombres de las tres armas, a las órdenes del señor Jefe de Estado Mayor, coronel don Emilio Sotomayor.

Distante unas 20 millas de esta estación en el campamento del Hospicio, en el cual había fijado accidentalmente mi permanencia, había otra división de cerca de 3.500 hombres. En la estación de Jazpampa, intermedio entre ambos campamentos, y en la cual se cruzan los caminos que comunican a Arica con Iquique, había una guarnición del batallón Búlnes; y por fin, en el mismo puerto de Pisagua se había colocado el regimiento Esmeralda, que bien pronto fue reemplazado por el Santiago, yendo aquél a situarse en el Hospicio.

Conseguíase así consultar las necesidades actuales de la tropa y atender, al mismo tiempo, a las operaciones ulteriores, porque podía utilizarse el ferrocarril en acarreo de víveres, forraje y pertrechos que no fueran consumidos en el momento, sino que se reservaban para hacer un acopio, que pudiera después abastecer la expedición que habría de emprenderse hacia el Sur, en busca del enemigo, que, según todos los antecedentes, se fortificaba en Pozo Almonte para esperar nuestras fuerzas.

A este objeto convergían todas las medidas que se tomaban con este decidido propósito, considerándose enteramente improbable que las fuerzas de los aliados vinieran a nuestro encuentro. Manteníase, sin embargo, una estricta vigilancia para evitar toda sorpresa, y muy principalmente para impedir la unión del ejército que había en Arica, a las órdenes del general Daza, con el del Sur, para lo cual debían pasar por precisión por los puntos ocupados ya por nuestras tropas.

El día 17 del presente se temía por noticias recogidas por diversos conductos, la presencia de fuerzas enemigas venidas del Norte; y tanto del campamento del Hospicio como del de Dolores, salieron avanzadas de reconocimiento. La primera de éstas, al mando del secretario señor Vergara, se encontró al día siguiente con fuerzas enemigas de caballería; las que, perseguidas por los nuestros, huyeron a juntarse, al parecer, con el grueso de una división de infantería. Como estas tropas amagaban la estación de Jazpampa, se mandó reforzar la guarnición allí existente enviando del Hospicio el resto del batallón Búlnes, al cual pertenecía la guarnición, y de Dolores fueron mandados el regimiento 3º de línea, el batallón Coquimbo y una sección de artillería.

Ese mismo día se tuvo noticias de la venida de tropas enemigas del Sur, sin saberse su número; y para cortarles el paso al campamento de Dolores, se mandó a la oficina de Santa Catalina, distante unas 5 millas, una división formada por el regimiento 4º de línea, batallón Atacama, 9 piezas de artillería y 220 Cazadores de a caballo,
Mas, en la media noche, se supo por una avanzada de estos Cazadores, que al caer la tarde se había presentado en Agua Santa el ejército aliado con fuerzas muy considerables de las tres armas, que se calculaba en más de 11.000 hombres y que marchaba a atacarnos en nuestras posiciones.

En el acto ordené por telégrafo al señor Jefe de Estado Mayor que mantuviera estas mismas posiciones, que tenían para nosotros inapreciables ventajas, reconcentrando todas las fuerzas que en el día se habían desmembrado, para presentar batalla con el grueso de nuestro ejército. Con este mismo objeto me puse en marcha, a las 3 A. M., con la división acampada en el Hospicio, que se componía del regimiento de Artillería de Marina, una batería de artillería, batallón 2º de línea, brigada de Zapadores y batallón Chacabuco.

Efectivamente, el ejército aliado del Sur, a las órdenes del general en jefe, don Juan Buendía, marchaba sobre Dolores, y al día siguiente, a la salida del sol, se le veía avanzar en perfecto orden y en columnas cerradas, que no dejaban conocer su número y organización, viniendo acompañado de fuerzas de caballería. Sin embargo, la apreciación que en esos momentos se pudo hacer, confirmada entre datos recogidos con posterioridad, da al ejército aliado una fuerza de 11 a 12.000 hombres.

Dispúsose entonces por el señor Jefe de Estado Mayor (a las 7 A. M.), que se formase una línea de defensa del campamento, coronando las alturas del cerro de la Encañada y de Dolores, que rodean el campamento por el Sur y Occidente, cortando así por esa parte todo paso hacia la aguada, que indudablemente había de ser atacada por el enemigo, por la absoluta necesidad que de ella teníamos.

Para formar esta línea de defensa, dividióse nuestro ejército en tres secciones: de la derecha, del centro y de la izquierda. La primera de ellas, al mando del coronel don Martiniano Urriola, se componía de una batería de arti¬llería de campaña, colocada en la extremidad derecha y en una ventajosa eminencia, y otra de montaña, protegiendo ambas un portezuelo, que era de fácil acceso para la aguada, del regimiento Buin y de los batallones Navales y Valparaíso.

La división de la otra extremidad de la línea estaba bajo las órdenes del teniente coronel don Ricardo Castro, y la componían una batería de artillería de campaña, otra de montaña, y el regimiento 3º de línea, para impedir el paso al enemigo, por el lado Norte, que es completamente abierto, aunque de difícil acceso por los calichales que forman la pampa del Tamarugal.

Y por último, la división del centro, comandada por el coronel don Domingo Amunátegui, era formada de una batería de artillería de montaña de ocho piezas, regimiento 4º de línea, batallones Atacama y Coquimbo, y se colocó en la cima del cerro.

Para mayor precaución se protegió de una manera especial la aguada de Dolores, con dos compañías del regimiento 3º de línea, una de Cazadores, un piquete del cuerpo de Pontoneros y cincuenta hombres más de distintos cuerpos, bajo las órdenes del sargento mayor de guardias nacionales don Juan Francisco Larrain G.
El resto de las fuerzas de caballería se distribuyó convenientemente, según las necesidades del servicio, a las órdenes del comandante, teniente coronel don Pedro Soto Aguilar.

La división que en la madrugada había salido del Hospicio, hizo una marcha muy forzada; y nos encontrábamos en la estación de Jazpampa a las 3 P. M., cuando recibí un telegrama del señor Jefe de Estado Mayor, en que me comunica que en ese momento se empeñaba el combate. Me traslado en el acto al campo de batalla en un tren que había listo, llegando allí poco después de una hora y dejé la división a cargo del coronel don Luis Arteaga.

El enemigo había adelantado toda la mañana, aunque lentamente, ocupando las diversas oficinas salitreras, que constituyen el cantón de San Francisco, en el valle que queda al pié del cerro de Encañada, y colocó su artillería en las casas de la oficina del Porvenir. A las 3 P. M., se encontró el enemigo al alcance de nuestros cañones, y minutos después la batería de montaña de la división del centro a cargo del inteligente y denodado sargento mayor don José de la C. Salvo, rompió los fuegos dirigiendo sus punterías sobre una columna enemiga, que avanzaba a tomar abrigo en una posición dominada por la batería. Contestósele con un nutridísimo fuego de cañón y riflería que alcanzaba por toda nuestra línea de defensa, y continuó adelante su marcha el enemigo, siendo constantemente rechazado por nuestra artillería que los hacia retroceder. Algunos soldados de distintos cuerpos enemigos consiguieron avanzar hasta lugares bastante cercanos de las baterías, principalmente a las dirigidas por los mayores Salvo y Montoya, siendo secundados en esta operación por las ondulaciones del terreno. No pudiendo rechazar esas fuerzas con sus cañones, los artilleros defendieron sus piezas a rifle, y entonces dos compañías del Atacama, destinadas a esa batería, se destacaron en guerrilla rechazando dos veces consecutivas al enemigo; y al intentar este mismo golpe por tercera vez, acudió todo el batallón, cargando a la bayoneta, y barrieron hasta el plan con todos los enemigos que habían logrado ascender. Contribuyó también a esta defensa el batallón Coquimbo, que con éxito persiguió al enemigo, que principiaba ya a dispersarse. Fue durante este recio ataque, sostenido con bravura por los esforzados soldados del Atacama y sus dignos jefes, y por el Coquimbo, en el que tuvimos que sufrir algunas bajas, y les causamos muy considerables al enemigo. Aquí cayeron el capitán don Ramón R. Vallejo, los subtenientes José V. Blanco y Andrés Wilson, del Atacama, y el voluntario Florencio Ugalde, agregado a este cuerpo; y la artillería perdió al meritorio teniente, don Diego A. Argomedo, habiendo a más quedado gravemente heridos los capitanes Delfín Carvallo y Pablo Urízar.

Al mismo tiempo la artillería de montaña del ala izquierda, comandada por el sargento mayor Benjamín Montoya, y las baterías del ala derecha a las órdenes de los capitanes don Eulogio Villarreal y don Roberto Wood, dirigían sus certeras punterías a las gruesas columnas enemigas, en medio de las cuales introducían gran espanto y desorden. La batería Krupp, del ala izquierda, que estaba en la extremidad, impedía el paso a toda fuerza enemiga que tratara de avanzar por el lado de la pampa. En esta batería cuyo mando inmediato se había confiado al capitán don Santiago Frías, se encontraba el comandante del regimiento don José Velásquez, que hizo retroceder con sus acertados disparos al enemigo, y dispersó la caballería que intentó avanzar por el lado Norte, talvez con el objeto de irse a tomar la aguada.

Las compañías guerrilleras del 3º de línea protegieron eficazmente esta batería y la del sargento mayor Montoya.
Producido ya el desconcierto en las filas enemigas, principiaron a abandonar el campo a las 5 P. M., retirándose en un completo desorden por los calichales, en los cuales se amparaban, No pudiendo por esta causa emplearse con éxito la artillería, las compañías guerrilleras del regimiento 3º y el batallón Valparaíso, desplegado asimismo en guerrillas, avanzaron hacia las enemigas que se retiraban en desconcierto, hasta que consiguieron desalojarlo de sus posiciones, impidiendo así que el enemigo pretendiera flanquearnos por el lado izquierdo, por donde contaban con una retirada segura,

Viendo ya que el enemigo en completa dispersión nos abandonaba el campo, se ordenó que los cuerpos de infantería bajasen del cerro de la Encañada para continuar la persecución del enemigo, cuyos fuegos iban ya extinguiéndose. Alcanzaron los nuestros a ganar alguna distancia, llegando muy cerca a las casas del Porvenir donde se había replegado el enemigo, y desde las cuales hacia fuego de rifle y de artillería. Recibió esta misma orden el batallón Bulnes, que en esos momentos llegaba de Jazpampa, por haberle ordenado a mi paso por esa estación que en el acto se pusiera en marcha para el lugar del combate, en el primer tren que tuviera a su disposición.

Mas, habiendo principiado a oscurecerse, fue necesario suspender esta importantísima persecución, que habría concluido de desbaratar las fuerzas aliadas; y se mandó entonces que esos cuerpos regresaran al lugar en que se había situado la línea de defensa, y allí pernoctaron en constante y activa vigilancia, pues asistían temores de que el enemigo tratara de reponerse y atacar en la noche.

A la mañana del día siguiente, una densa niebla, conocida aquí con el nombre de camanchaca, nos impedía ver las posiciones del enemigo; y por nuestra parte conservá-bamos las mismas del día anterior, para rechazar un ataque que creíamos intentara el enemigo. Pero, siendo ya la hora un poco avanzada, resolvimos irlo a atacar en las mismas casas del Porvenir, donde lo suponíamos parapetado y artillado. Mas, disipada la neblina, vimos que el enemigo se había retirado en gran número, a juzgar por la polvareda que levantaban, llevándonos una distancia que no bajaría de cuatro leguas, en dirección, al parecer, hacia el camino de Tarapacá.

Pocos momentos después, un propio venido de esas casas, avisaba que allí quedaban algunas personas heridas, entre ellos el general boliviano don Carlos Villegas, jefe de una división, el coronel peruano don Rafael Ramírez de Avellano, y algunos otros jefes y oficiales, todos los cuales fueron inmediatamente atendidos.

Habiendo desaparecido por completo el enemigo, y cesado todo peligro, cada cuerpo se retiró como a las 11 A. M. a su campamento.
Solo una reducida división de nuestro ejército ha sostenido lo más recio del combate por haberlo contraído a un solo punto el enemigo; así es que toda la división de infantería de la derecha y gran parte de la del centro, no tuvieron oportunidades de medir sus fuerzas, a pesar de que los fuegos enemigos alcanzaban hasta ellos. La división que acampaba en el Hospicio, tampoco tomó parte, pues solo llegó al campo de batalla a las 8 P. M., no obstante que emprendió una forzada marcha, y que se reanimó cuando tuvo noticia de que sus compañeros de armas se batían.

Ha cabido la principal participación en este combate a la artillería, que en este caso ha mantenido con dignidad el alto puesto que tenía ya conquistado entre nosotros, en lo cual corresponde honrosa parte a su inteligente comandante, el teniente coronel don José Velásquez y sus competentes oficiales y soldados. Entre ellos, merece una especial recomendación al Supremo Gobierno, el mayor don José de la C. Salvo, que con su artillería hizo graves daños al enemigo y pudo al mismo tiempo salvar sus piezas seriamente amenazadas, gracias a su valeroso esfuerzo y a sus acertadas disposiciones que hizo cumplir con toda oportunidad. Igual recomendación merecen los jefes de las otras baterías, el mayor Montoya, y los capitanes Frías, Wood y Villareal, cuyo bizarro comportamiento se ha atraído el aplauso y aceptación de sus compañeros de armas.
Sin embargo, este regimiento lamenta la sensible pérdida del estimable teniente Argomedo, que servia de ayudante al mayor Salvo, y la falta de sus dignos capitanes Urízar y Carvallo, que fueron gravemente heridos en el combate, y por cuyo pronto restablecimiento hago fervientes votos. Ellos han caído cumpliendo noblemente sus deberes, de un modo que enaltece más aun sus sólidas cualidades, de las cuales han dado relevantes pruebas en las diferentes comisiones que se les ha confiado, y en las cuales se han granjeado el aprecio y confianza de sus jefes.

Los otros cuerpos a quienes cupo la suerte de contribuir a las glorias que este hecho ha dado a la patria, han rivalizado bravura, y denuedo, y todos los demás anhelaban con ansia les llegara el momento de manifestar a la nación que no les ha confiado en vano la guarda de su honor.

No me es dado hacer recomendaciones especiales, por que todos ellos son igualmente dignos y acreedores por su valor y resolución en presencia del enemigo.
Prestaron su cooperación en este hecho de armas, algunos militares que no forman en las filas de cuerpos determinados: entre ellos figuran algunos ayudantes de campo del que suscribe, y principalmente el teniente coronel don Justiniano Zubiría, el capitán don Ramón Dardignac, y los ayudantes del señor jefe de Estado Mayor, que se desempeñaron con inteligencia y calma en las diversas comisiones que se les confiaron.

El cuerpo de ingenieros militares ha prestado muy útiles servicios en el reconocimiento que el comandante don Arístides Martínez hizo del campo antes de la acción, en diversos trabajos que se le han encomendado y en el levantamiento de un plano que en breve tendré el honor de remitir a V. S.

Es un deber de mi parte hacer especial mención del secretario general, señor Vergara, que con sus acertados conocimientos influyó poderosamente en la disposición de las medidas que se tomaron para batir con éxito al enemigo, y que durante el combate ayudó personalmente a su ejecución.

Nos es, sin embargo muy doloroso lamentar algunas bajas sumamente sensibles para el ejército. Al glorioso nombre del capitán Vallejos, del teniente Argomedo, de los subtenientes Blanco y Wilson, y del voluntario Ugalde, que he recordado ya, debe agregarse el del capitán del batallón Valparaíso, don Álvaro Gavino Serey.

Fueron a más heridos los siguientes jefe y oficiales:
El teniente coronel, 2º comandante del regimiento 4º de línea, don Rafael Soto Aguilar, y el teniente don Juan Reyti del mismo cuerpo.
El teniente Cruz, Daniel Ramírez y el subteniente don Anastacio Abinagoites, del batallón Atacama.
El de los capitanes Delfín Carvallo y Pablo Urízar, los subtenientes Juan García V. y Guillermo 2º Nieto; y el teniente agregado Jorge Rosller B., del regimiento de Artillería.
El subteniente Enrique Germain, del batallón de Navales.
En el batallón Coquimbo, el capitán Risopatrón y un subteniente cuyo nombre no me es dado designar en este momento.
De la tropa hemos perdido:
En el regimiento Buin, dos muertos y seis heridos.
En el regimiento 3º, tres muertos y 24 heridos.
En el regimiento 4º, cuatro muertos y 19 heridos.
En el regimiento de Artillería, 7 muertos y 25 heridos
En el batallón de Navales, un muerto y 12 heridos.
En el Valparaíso, cuatro heridos.
En el Atacama, 32 muertos y 55 heridos.
En el Coquimbo, 6 muertos y 17 heridos.
En el Bulnes, un herido.
En el Cuerpo de Pontoneros, un herido.

Las bajas y pérdidas del enemigo han sido incalculables: en un principio ni aun aproximativamente pudo apreciarse su número, y cada día que pasa venía a aumentarse su número en el de los muertos y heridos que estaban ocultos en los calichales de estas pampas, y que han sido recogidos. Al presente puede estimarse en 500 el número de sus muertos, ya sea durante la acción, o poco después, y a cierta distancia del campo, a consecuencia de sus heridas.

El día de la acción recogimos 10 oficiales heridos y 78 individuos de tropa, habiéndoles hecho 87 prisioneros, entre ellos dos oficiales.
Este número ha aumentado con los heridos que había en una ambulancia peruana establecida en Huáscar, a ocho millas de este campamento, y con los recogidos por partidas de caballería o de otros cuerpos que han salido a los alrededores con este objeto, o para hacer el servicio de avanzadas.

Hemos tomado al enemigo su tren completo de artillería, compuesto de 12 piezas de montaña con sus pertrechos, albardones y demás enseres, un crecido número de municiones, armamento de infantería, muchas mulas, víveres, vestuarios y otras especies abandonadas en el campo, y que siguen aumentándose con los entierros que se encuentran.

Después de este importante hecho de armas, la esfera de acción de nuestro ejército quedaba claramente deslindada; pero dos días después la rendición de la plaza de Iquique ha venido a completar la fructífera obra del ejército que sólidamente afianza nuestra ocupación en la provincia de Tarapacá, fuente principal de la riqueza del Perú.

La conducta de los señores jefes, oficiales y tropa nada han dejado que desear; y los cuerpos cívicos movilizados en esta campaña han dado una alta prueba de la competencia de sus jefes y del patriotismo de cada uno de sus miembros, que con tanta abnegación se han prestado al servicio del país.

Dios guarde a V. S.
ERASMO ESCALA.
Al señor Ministro de Guerra y Marina.


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Imagen, el general Erasmo Escala, gentileza del investigador Mauricio Pelayo

Saludos
Jonatan Saona

2 comentarios:

  1. Muy fluido el relato que hace el general Escala en su parte sobre este hecho de armas.
    Pero omite señalar que el sólo se incorporó al lugar en que se libraba la batalla a las 17,00, arribando en tren desde Jazpampa. Y que recién entonces el coronel Sotomayor le entregó el mando de las fuerzas.
    Tampoco señala la grave omisión de no haber ordenado la persecución de las fuerzas aliadas en retirada, buscando aniquilar a la mayor parte de ellas en la pampa. Contaba con fuerzas victoriosas y bien pertrechadas para ello. Ni que - ni siquiera - se mantuvo el mínimo y elemental contacto con el enemigo en fuga, contando con caballería para cumplir esa misión.
    Esa falta de contacto con el enemigo en fuga o retirada siempre ha desembocado en problemas graves para el ECH a través de la historia.
    En el caso de Dolores, el resultado se tuvo ocho días mas tarde, y lo llamamos "Desastre" de Tarapacá.

    La renuncia de Escala en plena campaña de Moquegua, el 28 de abril de 1880, fue acogida con gran beneplácito por el Gobierno de Chile y por la gran mayoría de los jefes del Ejército.

    Raúl Olmedo D.

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  2. A este tipo le falta la mano derecha?

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